miércoles, 10 de octubre de 2012

Medusa

Ricardo Menéndez Salmón, Seix Barral, 2012.


Vaya por delante: Menéndez Salmón me parece un gran escritor. Admiro su dominio del lenguaje, su capacidad para plasmar la trascendencia, sus reflexiones sobre la estética, el bien y el mal y la estética del bien y del mal. A la vez, me exige una concentración que no siempre soy capaz de entregarle. Ya me fascinó con La luz es más antigua que el amor, donde nos llevaba de la mano por el mundo del arte; aquí nos habla de Prohaska, un artista que retrata los momentos más duros del siglo XX, donde la crueldad y el horror parecen no tener fin. ¿Hay justificación para el ojo que contempla el mal? ¿Ser espectador impasible le convierte en cómplice, o plasmar lo ocurrido es una forma de denuncia? ¿Es posible reflejar la realidad sin posicionarse?
Cuando leo sus textos todo me parece digno de ser subrayado, y a menudo me gusta rumiarle despacio, buscando en el diccionario los muchos términos que utiliza que no sabría definir; sus frases piden ser releídas hasta que su peso cala como merece. Sin embargo, me produce sufrimiento el dolor que plasma, y me pregunto si es necesario, qué aporta leer estas líneas.

Porque de esta excursión a los rincones y oscuridades de un hombre sólo me ha quedado una evidencia: que el daño, el dolor y la culpa son los únicos absolutos que existen. Y que nada en esta vida mensurable y llena de registros, aunque al tiempo sorda a nuestros deseos, puede disipar el misterio y la negrura primordial en que transcurrimos. 

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