viernes, 25 de junio de 2010

LA HIJA DE ROBERT POSTE


Stella Gibbons, Impedimenta, 2010.

Reconozco que las apariencias me pierden, y si decidí llevarme esta novela fue precisamente por eso: le he cogido un cariño especial a los libros que publica Impedimenta, pues son “distintos”, son una pequeña joya al alcance de todos los apasionados por la literatura.

No me había acercado hasta ahora a la literatura inglesa del XX, y menos aún al género cómico y desde luego ha merecido la pena, aunque me hubiera gustado poder disfrutar plenamente del libro si mi nivel de inglés y mi conocimiento de la cultura inglesa me lo hubieran permitido. Con esto me refiero a que aunque la traducción del texto sea impecable (según los expertos) es una novela que pierde la gracia al traducirse y ahora entenderéis por qué.

La hija de Robert Poste son los cinco años posteriores a la muerte de los padres de Flora Poste, la indiscutible protagonista de esta historia: una joven urbanitas de los años 20 que al encontrarse huérfana y no tener ninguna intención ni de ponerse a trabajar ni de casarse, decide buscar familiares lo suficientemente bondadosos como para que puedan hacerse cargo de ella. Es así como llega hasta Cold Confort Farm, en el condado de Sussex en el sur de Inglaterra: la granja en la que viven los Starkadder, una galería de multitud de personajes al cuál más “paleto” a los que decide civilizar. No puedo evitar comparar a Flora con esas chicas de los programas de la MTV que les cambian la apariencia a los concursantes, los modales… ¡si en el fondo todo está ya inventado!

Sin embargo, lo de que pierde la gracia al traducirse lo digo por esto: con este libro, Stella Gibbons, inventa un modelo de lengua que se ajustaba al habla rural de Sussex: propone una transcripción fonética de la lengua inglesa del sur (del tipo “Ni smorning” por “Nice morning”, “Ow ‘e is” por “How he is”, etc.) que para un inglés resulta desternillante, pero que a mí, la verdad, la ignorancia lingüística no me deja verle la gracia. Es decir, que hay una parte de la novela que sólo puede apreciarse en su lengua original, aunque esté bien transcrito y señalado en la presente edición. Y no sólo eso, sino que además inventa palabras que no tienen traducción al español, porque de hecho no tienen un significado concreto en inglés: son sugerencias conceptuales que se han convertido en clásicos de la lengua inglesa humorística: vamos, que sólo lo entienden ellos (si todos sabemos que son muy suyos, que lo de la integración con Europa….)

Pero bueno, no por esto pierde la gracia del todo, sino que el sarcasmo de la autora se deja ver en la forma de actuar de sus personajes, en sus gustos literarios, y en multitud de referencias a lo largo de toda la obra; se ensaña, pero muy sutilmente, con todos aquellos autores y libros sobre la educación de las jovencitas de finales del XIX, que también aparecen en la literatura española.

La verdad es que es una novela que transmite la tranquilidad del campo en el que se desarrolla y aunque no tenga una gran trama argumental, nos deja mucho más que un buen rato de lectura. Pero si pensáis que os vais a reír a carcajadas porque lo que reza el Sunday Times en la fajilla del libro (“Probablemente la novela más divertida jamás escrita”) para nada.

Noelia

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